lunes, 24 de noviembre de 2014

24 de noviembre de 1941

Arturo Torres, mi abuelo, en compañía de su amigo Julián Jiménez Sanz, compañero de cárcel y vida


Traspasó el portón del Seminario Mayor de Cuenca arrastrando los pies, intentando mantenerse erguido para que su columna fuera capaz de sujetar su cuerpo. Había perdido tanto peso que a duras penas lo conseguía durante algunos minutos seguidos, pasados los cuales su osamenta, que era incapaz de obedecer las órdenes de su cerebro, se doblaba por la zona lumbar tras un chasquido de dolor.

Hacía un frío intenso, seco, que le golpeaba el rostro y le sacudía los doloridos huesos. Intentaba sostener el atillo que colgaba de su mano derecha que aunque no pesaba mucho, era una carga más. Su escueto contenido lo componía una muda, útiles del afeitado y unos cuantos documentos entre los que se encontraba el más valioso, un informe de la Comisión Provincial de Clasificación y Excarcelamiento de detenidos presos en Cuenca que un día antes había decidido decretar que era beneficiario de la prisión atenuada, “por hacer más de seis meses que le fue ratificada la prisión sin que haya sido elevada su causa a plenario ni declarada su peligrosidad por la autoridad competente, en cumplimiento de los artículos 6, 11 y 12 del Decreto de 2 de septiembre último"

Lo único que entendía de ese documento es que podía volver a casa con Juana y los chicos, a los que a excepción de Arturo no había vuelto a ver. También sabía que seguía siendo un preso y que su libertad estaba condicionada al comportamiento que tuviera fuera de la cárcel, por lo que tendría que vivir bajo la amenaza del retorno. Bajar la cabeza, aún más, no estaba entre sus deseos. El no tenía de que redimirse, no se arrepentía de nada porque no había cometido ningún delito.

Se encontraba cansado, muy cansado. Tenía 47 años pero parecía un anciano. Dos años, dos meses, y veinte días había permanecido privado de libertad,  conviviendo con el hambre, el hacinamiento, la falta de higiene, los malos tratos y la arbitrariedad de los mandos de la prisión.

Se detuvo un momento y cerró con fuerza los ojos. Los recuerdos se agolpaban en su cabeza.

-¡Rediós, cuantas muertes!¡Cuanto dolor innecesario!- murmuró entre dientes, temeroso de ser escuchado por alguien.

Desde que fué detenido no había dejado de padecer y de soportar el sufrimiento que le rodeaba. Primero en la provincial, ese espacio inquisitorial repleto de celdas frías con ventanas sin cristales hacía las que disparaban los centinelas. Allí se acostumbró a dormir en el suelo, baldosa y media para cada preso y su petate.

Cuando en la provincial ya no había sitio ni para un alfiler le trasladaron a la habilitada del Seminario en la plaza de la Merced. Aún tenía presente en su memoria el día que bajó la calle de San Pedro con un centenar de compañeros. Allí había más espacio al principio y también más hambre. El rancho diario lo componía una docena de garbanzos o veinte granos de arroz que flotaban en un caldo marronáceo y turbio.

¡Ay, Seminario de Cuenca,
quién lo ha visto y quién lo ve,
que ayer para curas era,
y hoy para dolores es!
(Peraile, 1991)

Dolores. Terribles dolores es lo que sintió las tres veces que regresó de "diligencias". En esas visitas las declaraciones de los acusados en vez de con papel y lápiz se tomaban con verga de toro retorcida. Era entonces cuando los compañeros le curaban con sal y vinagre las heridas, al igual que él había hecho otras veces con ellos.

Sabía lo que eran aquellas noches interminables traspasadas de dolor e insomnio. Noches enteras deseando que amaneciera.

Esa había sido su vida durante dos años, dos meses y veinte días.

Regresaba a casa el vencido, para algunos escarmentado y con la lección aprendida, para él, repleto de dignidad, la misma que le acompañó, junto al silencio, durante toda su vida.


María Torres
Nieta de un republicano español





lunes, 1 de septiembre de 2014

43. Siempre es 1 de septiembre ...





Tomaba el pepino en una mano y con la otra sacaba una navaja del bolsillo de su desgastado pantalón. Primero cortaba los dos extremos y después procedía a pelarlo pausadamente. Yo observaba sus manos ya torpes cubiertas de un manto de surcos, ajadas por el duro trabajo de campesino más que por la edad. Y ese simple acto trasmitía una magia que atrapaba sin remedio la atención. Después lo partía en dos mitades casi iguales, me entregaba una de ellas y antes de que llegara a sujetarla con mis manos, ya tenía en las suyas la sal para aderezar la deliciosa vianda que estábamos a punto de degustar.

Entonces salíamos de casa, cada uno portando su medio pepino, caminábamos cuatro pasos y nos adentrábamos en el bar "Soplen y marchen", más conocido como el "del Barbero", apodo con el que era conocido el propietario por dedicarse además a cortar pelos y afeitar barbas. Se llamaba Rafael y su hermano Teodoro había estado preso al finalizar la Guerra. Creo que coincidió con el Abuelo en la Prisión Habilitada del Seminario de Cuenca. Después de crucar unas palabras, mi Abuelo pedía un botellín de cerveza para él y una Mirinda para mí, tomábamos asiento alrededor de una pequeña mesa de formica gris con patas metálicas oxidadas y disfrutábamos de un rato de conversación. Casi siempre éramos nosotros los únicos clientes que había a esa hora previa al almuerzo. Hablábamos de lo cotidiano, de los animales que criaba, de alguna historia pasada por la que mi curiosidad de niña me obligaba a preguntarle; otras tocaba criticar a la abuela, sobre todo los días de trifulca. Ahora pienso que no era nada fácil enfadarse con el Abuelo, tenía una gran capacidad para escuchar, atender y entender razones, lo contrario de la abuela.

Un día de agosto, nada más sentarnos y apoyar sobre la mesa su botellín y mi Mirinda, adoptó una voz lenta y grave y me dijo:

- Hermosa, cuando cumpla ochenta años nos juntaremos todos y voy a comprar una tarta tan grande como la rueda de un carro.

- ¿Hay tartas tan grandes abuelo? -le pregunté-.

- Sí, y más grandes aún. -resaltó con una mirada pícara de la que parecían salir chispitas-.

Corría el verano de 1974 y el abuelo Arturo sabía que su existencia, como la de todos, era finita. Le faltaban unos días para cumplir 79 años y con esa edad no se trazan planes ni a corto plazo. Pero lo suyo no era un plan, era un deseo. Reunirse con todos sus hijos y nietos para celebrar su ochenta aniversario "a lo grande" -como decía- a la vez que sacudía la cabeza y sus labios se abrían esbozando una sonrisa cómplice que cerraba con un "mecachís que si".

Cómo me hubiera gustado en ese momento que ignoraba gran parte de su existencia, al igual que ahora que he podido desvelar una parte de ella, recorrer las galerías del alma del Abuelo. Saber que sentía y pensaba un hombre al que la vida nunca se lo había puesto fácil, ni tan siquiera en sus últimos años. Un hombre que perdió la libertad en septiembre de 1939 y que desde aquellos trágicos años nunca pudo volver a sentirse libre. A menudo observaba sus ojos nublados y pensaba que recogía todas las lluvias en su mirada.

El abuelo nació el 1 de septiembre de 1895. Cuarenta y cuatro años después, el 1 de septiembre de 1939, era detenido por miembros de la Guardia Civil y un grupo de falangistas locales con deseo de sangre, y encarcelado por un delito de auxilio a la Rebelión.

Nunca llegó a cumplir ochenta años. Un derrame cerebral acabó con su vida el 19 de mayo de 1975. No hubo fiesta, ni tarta. Tan solo un manto de infinita tristeza que nos cubrió a todos. Y fué enterrado "como dios manda" y sobre su féretro una primera losa cubrió su tumba con la leyenda "Arturo Torres Barranco. Tu esposa e hijos no te olvidan". Pero había una segunda losa sobre la primera, una losa aún más pesada, imperceptible para todos y que el abuelo llevó sobre sus hombros durante muchos años, y que no era otra que una condena emitida por un tribunal militar franquista que a fecha de hoy no ha sido anulada.

Desde entonces, cada 1 de septiembre pienso en él y en la tarta tan grande como la rueda de un carro que nunca pudo disfrutar.

Decía García Marquez que "lo malo de la muerte es que es para siempre" y es una verdad absoluta.

Yo digo que el recuerdo también es para siempre, y es otra verdad absoluta.


María Torres
Nieta de un republicano español


miércoles, 23 de julio de 2014

42. Antonio Torres Barranco




"El coraje es buscar la verdad y decirla"
(Jean Jaurès)



En Torrubia del Campo, a las doce y media de la noche del 13 de junio de 1899, llegaba al mundo un niño, hijo de Cecilio y Candelaria, al que pusieron de nombre Antonio.

40 años más tarde, en Rozalén del Monte, en un frío anochecer del 29 de marzo de 1939 en el que las esperanzas republicanas ya estaban muertas, Antonio Torres Barranco cargó su fusil, se encaminó al encuentro de Francisco Quintero García, dirigente de la CNT local, presidente del Comité, amigo y camarada, y le asestó un disparo que acabó con su vida, hiriendo también a su hija Felipa en un brazo.

Uno de los testigos, Daniel Martínez, cuenta que vió a Antonio Torres armado de fusil y pistola y que le ordenó se metiera en casa pocos minutos antes del asesinato. Después escuchó disparos y las palabras "Ya ha caído el pájaro" salir de los labios de Antonio.

Unas horas antes de estos hechos, Antonio Torres Barranco, por orden del Comandante Militar de Tarancón, fué nombrado Teniente-Alcalde y Delegado de Órden Público de la nueva corporación "nacional", con objeto de mantener el orden junto a los componentes del Ayuntamiento y juventudes de derechas. Debían incautar todas las armas y tomar el pueblo militarmente hasta que llegaran "las fuerzas de ocupación".

Se da la circunstancia de que Antonio Torres Barranco estaba afiliado a la CNT desde el año 1917, aunque en una posterior declaración indica que su afiliación fue en noviembre de 1936, cuando él la fundó en Rozalén del Monte y que lo hizo para contrarrestar al Comité. En un informe de Falange emitido después se hace constar que se afilió a la CNT como salvaguarda de derechas. Lo cierto es que Antonio actuó como secretario de la misma hasta su incorporación forzosa al Ejército republicano. Volvió del frente el 27 de marzo de 1939, dos días antes del asesinato de Francisco Quintero García.

Antonio que era el cartero del pueblo, también fué concejal agrario de algún partido conservador y católico de 1933 a 1936. El 13 de julio de 1936 el Gobernador de la provincia pide el cese de toda la corporación. Según se recoge en su declaración a la Fiscalía Jurídico Militar de la Primera Región, se afilió a Izquierda Republicana el 28 de agosto de 1936 por temor a sentirse perseguido. Con posterioridad a estos hechos fue nombrado Alcalde de la Corporación republicana de Rozalén del Monte, siendo una de las personas acusadas de ordenar la destrucción y quema de la iglesia. Sin embargo, una disposición del Ministerio de Agricultura, publicada en la Gaceta de fecha 14 de enero de 1938, le liberó del cargo al mismo tiempo que se le declaraba faccioso. Un acta del Comité Ejecutivo de enlace de fecha 6 de febrero de 1937 le definía como desafecto por parte de la UGT y la CNT.

Durante su etapa como cenetista, hay declaraciones como la de Cándida Prada, que le acusa de entregar a personas de derechas los bienes que la CNT administraba. Cándida aconsejada por él, entregó cien fanegas de trigo y ciento setenta de piensos que fueron a parar a alguien con bastantes más recursos que ella.

A partir de la entrada de los franquistas en Cuenca, desde la Alcaldía de Rozalén del Monte se prohíbe expresamente realizar declaraciones contra Antonio Torres Barranco, con el apercibimiento de ingresar en prisión en caso de hacerlas.  Cuando esto sucede. Antonio ya se encuentra afiliado a FET de las JONS y dispone de un número de carnet: 758796. Al constituirse la corporación franquista es nombrado Alcalde y Delegado de Información e Investigación y comienza su tarea en la nueva España vestido de impecable azul con una arañita roja. El hábito no hace al monje, pero él ya estaba dentro del entramado de  impunidad franquista y nada había que temer ...

Pero un día de diciembre de 1940, desde la Prisión del Monasterio de Uclés se recibe denuncia de uno de los reos, Pedro Quintero Cavadas, (Archivo Histórico de Defensa, fondo Madrid, sumario 19164, legajo  889) hijo de Francisco Quintero García, el hombre que había sido asesinado por Antonio Torres Barranco, quien a partir de ese momento comprueba que el silencio no es para siempre.

Se le abre un expediente sumarísimo de urgencia con fecha 24 de diciembre de 1940.  El 16 de enero de 1941 se obliga a comparecer a los vecinos para que atestigüen a favor o en contra de Antonio Torres. El propio denunciado declara el 10 de marzo de 1941 e insiste en que es de derechas y siempre lo fué, a pesar de su afilición a la CNT en 1917, y como muestra un botón: "Es miembro de Falange y Alcalde "Nacional".  El puesto de Alcalde le duró poco, ya que cinco días después dimitió o le obligaron a dimitir del cargo. A pesar de ello, en el informe que emite el Alcalde de Rozalén el 27 de mayo de 1942 para la Causa General, se cita su nombre como integrante de la corporación municipal antes del "glorioso alzamiento" pero no se le relaciona con delito alguno.

Nunca estuvo en la cárcel,  ni pagó por el crimen cometido. Con fecha 18 de agosto de 1943 la Fiscalía pide la absolución. El abogado defensor que le otorgaron, Capitán Antonio García Ortega, se quedó en un simple nombramiento, pues jamás llegó a celebrarse el Consejo de Guerra y el 13 de septiembre de 1943 se decreta la absolución.

En la Causa General, concretamente en el sumario 19.079 contra Leandro Mena López, Secretario del Ayuntamiento, fundador de la UGT en el municipio e integrante del Comité junto al asesinado Francisco Quintero García, se encuentra una declaración de Antonio Torres Barranco corroborando una denuncia previa en la que se acusa al denunciado de varios asesinatos en el pueblo.

Antonio Torres Barranco era el hermano de mi abuelo Arturo. Cuatro años menor que él,  se había traslado a Rozalén del Monte desde su casamiento con una mujer de ese municipio. No tenían mucha relación en aquella época. Más adelante, cuando envejecieron, se visitaban en alguna ocasión. Yo no sé si llegué a conocerle. Lo cierto es que la impunidad le acompañó hasta su muerte.

Continuó siendo cartero hasta su jubilación y se dedicó a la cría de cerdos para su posterior despiece y venta.

Hay que buscar la verdad, y contarla.


María Torres
Nieta de un republicano español







sábado, 14 de junio de 2014

41. Recordar: Del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón



"Que se tenga el mínimo de documentación,
eliminen testimonios, y a todo aquel contrario al
régimen, porque ha de llegar un día en que se
va a plantar decir que esto nunca sucedió"
(Francisco Franco)



Regreso a tu recuerdo, me digo, como quien regresa al pasado. Pero no es cierto abuelo, porque tu recuerdo vive conmigo y es el presente. Deliberadamente retomo tu historia, la que viviste y padeciste en un tiempo de infamia en el que yo no existía, para volver a colocar las piezas del puzzle que jamás lograré completar. Sin embargo abrigo la certeza de que tengo que hablar en tu nombre, en el nombre de un hombre que sabía lo que era el dolor pero luchaba por alcanzar la alegría. "Sin duda a veces hay que hablar en nombre de los naúfragos. Hablar en su nombre, en su silencio, para devolverles las palabras" decía Jorge Semprún en La Escritura o la vida.

Dentro de poco tiempo no habrá nadie que recuerde el festín que Tánatos se dio en el franquismo. La voz de los escasos supervivientes que aún quedan se va extinguiendo. Necesitamos recordar el pasado y para eso no son necesarias leyes, aunque ese recuerdo ha de convertirse en espíritu de Justicia.


Recordar: Del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón

Lo que le ocurrió a mi abuelo no fue fruto de la mala suerte. La condena, los años de cárcel, la libertad vigilada, la incautación de bienes y que su descendencia fuera señalada como "hijos de un rojo", no fue una desgracia. 

Mi abuelo fue una víctima de la represión franquista institucionalizada, uno más de los 270.000 encarcelados en el año 1939, un vencido ante el mecanismo de humillación y aniquilación física y psíquica impuesto por los vencedores.

Mi padre y sus hermanos fueron víctimas. Formaron parte de una generación que creció con el trauma de la Guerra. Aprendieron de su padre los silencios, la prohibición de hacer preguntas, el sufrimiento y a reprimir las emociones. Así que el Golpe del 36, la Guerra y la represión familiar formaron parte de un trauma sin resolver.

Yo soy una víctima. Los nietos también somos víctimas que nos hemos encontrado con un silencio heredado y con la falta de información necesaria a nivel familiar e  institucional para asimilar y digerir el trauma.

Toda una generación perdió la lucha contra el fascismo y los que sobrevivieron jamás dejaron de luchar y nunca abandonaron la esperanza. ¿Por qué habríamos de perderla nosotros?

Dicen que la Memoria es la facultad que le permite al ser humano retener y recordar hechos pasados, la capacidad de almacenar recuerdos a partir de determinadas emociones. Joseph Joubert definía la Memoria como el "espejo donde vemos a los ausentes".

Allí estás tu abuelo, como un ocupa en los pliegues del corazón. Allí descansas tu y tu dignidad, que merece ser recordada por tu nombre.


María Torres
Nieta de un republicano español