martes, 24 de septiembre de 2013

38. El día de la Merced

"Nunca - si fue verdad- se olvida"
José Corredor Matheos


Martes, 24 de septiembre de 1940

Arturo tiene 6 años y en el fondo de sus grandes ojos pardos está grabada la imagen de su padre. No ha dejado de pensar en él ni un solo día desde hace un año. “Donde hay dolor hay un territorio sagrado” (1) y la frontera del territorio de Arturo comenzaba el 1 septiembre de 1939 y se extendía por la cuesta empinada del recuerdo. Desde entonces, la miseria rodeaba a su familia y aunque eran tan certeras las palabras de Machado: “Nadie es más que nadie”,  Arturo es consciente de que ha engrosado la lista de hijos de vencido.

Juana, su madre, le despierta temprano. Van a ir a Cuenca, la capital, una ciudad aún desconocida para él a pesar de la proximidad. Se apura en vestirse con unos pantalones remendados y una camisa blanca heredada de uno de los primos. Unas alpargatas descoloridas completan su indumentaria y un mendrugo de pan negro compone su escueto desayuno.

Arturo no lo sabe, pero es el día de la Virgen de la Merced, patrona de las prisiones desde el 27 de abril de 1939 y se celebra una fiesta en todas las cárceles “proporcionando a los reclusos aquellas alegrías compatibles con el régimen de la prisión, concediéndoles una visita extraordinaria y sirviéndoles una comida especial”. Arturo tampoco sabe que todo es mentira. La única alegría que van a recibir los presos es la visita de sus hijos. En cuanto a la “comida especial” uno de los pocos que van a disfrutar de ella es el director general de Prisiones. Máximo Cuervo y todos sus secuaces.

En la calle espera la galera del padre de Arturo tirada por dos mulas. Se trata de un carro grande de cuatro ruedas sin muelles ni suspensión que se usa tanto para el trabajo agrícola como para los desplazamientos. En esta ocasión es el jornalero que trabaja las tierras de la familia quien les conducirá hasta Tarancón para tomar el tren con destino a Cuenca.

Aún es de noche. Arturo espera el inicio del tibio amanecer de septiembre mientras su menudo y desnutrido cuerpo de niño de la guerra es sacudido una y otra vez con el avance de la galera que necesita más de dos horas para cubrir el trayecto. Tiene frío y se acurruca contra el cuerpo de su madre, de luto riguroso de la cabeza a los pies, que sujeta con fuerza un rosario y el asa de una cesta con víveres y ropa para el padre. A ambos lados del camino se aprecian las viñas que ya comienzan a recibir a los vendimiadores dispuestos a iniciar una larga y dura jornada de trabajo.

Al llegar frente a la estación de ferrocarril, una muchedumbre compuesta por mujeres y niños se apresuran en alcanzar la taquilla. Arturo se aferra a la mano que le queda libre a su madre y después de muchos minutos de espera consiguen dos billetes. Ya ha amanecido, la luz y el alborozo de los desnutridos niños que inundan el andén contrasta con las tristes miradas de las enlutadas madres.

Para Arturo es su primer viaje en ferrocarril. Durante todo el trayecto contempla embelesado el paisaje y las estaciones en las que el tren se detiene para acoger nuevos viajeros: Huelves, Paredes, Vellisca, Huete, Caracenilla, Castillejo del Romeral, Cuevas de Velasco, Villar del San de Navalón, Chillarón y por fin Cuenca.

Una procesión de mujeres y niños va atravesando la ciudad. Unos siguen sus pasos hasta el Castillo, donde se encuentra la Prisión Provincial. Arturo y Juana caminan por la fatigosa cuesta que les conduce a la Plaza de la Merced y esperan delante de la portada barroca del Seminario Mayor de San Julián, lugar que el caudilloporlagraciadedios ha habilitado de urgencia como prisión y donde se encuentra desde hace un año el padre de Arturo.

A las once en punto de la mañana los portones del Seminario comienzan a abrirse, como si estuvieran sincronizados con las campanas que marcan la hora en la Torre de Mangana. Avanzan lentamente hacia la entrada, donde ya hay congregada una multitud. Aún deben pasar por el control exhaustivo de cada capacho, cesta o caja que portan los visitantes y que realiza un desganado guardia civil.

Una vez cumplido el trámite, son conducidos por una pareja de guardias a través de un angosto pasillo que desemboca en el Claustro del Seminario. Allí, perfectamente formados, bajo el sol de veranillo de San Miguel se encuentra un numeroso grupo de hombres. Todos, o casi todos tienen el pelo cortado al rape y una extrema delgadez. Arturo busca con la mirada a su padre entre los cientos de presos. Son tantos que le resulta difícil. Al fin se encuentra con el rostro conocido del “tío Julianete”. Tras él está el “tío Manolillo" y dos filas más atrás alguien que parece su padre, pero duda, es distinto a la persona que dejó de ver hace un año. Su madre le confirma que en efecto se trata de "padre". A Arturo le parece un anciano hasta que se cruza con su sonrisa de media luna y de repente desaparecen todas sus dudas.

Un hombre uniformado ordena a los prisioneros que rompan filas a la vez que a los familiares se les permite avanzar hacia ellos. Arturo corre hacia su padre, busca su abrazo, su piel, su olor. No quiere separarse de él.

Han pasado 73 años y en las pupilas de Arturo sigue imborrable el recuerdo de aquel encuentro con su padre en la prisión del Seminario de Cuenca. Recuerda la misa y la salve solemne a la Santísima Virgen de la Merced, el desfile y el control férreo al que también estuvieron sometidos todos. No hubo una gran fiesta, ni una gran comida. Los presos se repartieron los víveres que les llevaron las familias, como lo compartían todo, lo bueno y lo malo, lo mucho y lo poco.

Han pasado 73 años y Arturo no olvida.


María Torres,
Nieta de un republicano español.

Fotografía © María Torres/Archivo familiar 

(1) Cita de Oscar Wilde




miércoles, 18 de septiembre de 2013

37. La prisión atenuada y la libertad condicional

“Se observará que en la originalidad de nuestra Libertad Vigilada dimana del principio de paternalidad–fuerza y piedad a un tiempo– con que Franco ha reinstaurado el auténtico ser político de España. Francisco de Vitoria llamaba varón fuerte al magnánimo y fortaleza a la magnanimidad. En ese sentido somos un Estado de fuerza. Y nunca por exigencia de su temerosa debilidad ha habido un Régimen que abra las puertas de las cárceles para decir a sus preso que son libres, pero que siguen siendo penados”.(José Antonio P. Torreblanca, Secretario Técnico de la Subdirección General de Libertad Vigilada, 1944)


En el expediente judicial del abuelo pude leer un escrito de fecha 19 de marzo de 1941 del Auditor de Guerra de Aranjuez dirigido al Tribunal en el que se indicaba que el “procesamiento de Arturo Torres Barranco se acordó por providencia” y que “En el Consejo de Guerra se omitió la lectura de los cargos”. Finaliza señalando que “según la última declaración de Clemente Barranco Escribano, el procesado debería ponerse en libertad provisional”.

La declaración a la que se refiere el Auditor de Guerra es la que hizo el primo de mi abuelo con fecha 15 de octubre de 1940, tres semanas antes de la celebración del Consejo de Guerra, y que trascribo: “Clemente Barranco Escribano, afecto al Movimiento nacional y militante de FET y JONS, declaro que Arturo Torres Barranco le salvó la vida, que es un hombre de conducta ejemplar que fue de derechas hasta el 11 de febrero de 1936 y más tarde se afilió a Izquierda Republicana”.


Mi abuelo nunca fue de derechas. Antes de manifestar su apoyo al Frente Popular en febrero de 1936 y fundar Izquierda Republicana en su pueblo, pertenecía a la última Corporación Municipal republicana. Tal vez Clemente Barranco intento como pudo reparar el daño que hizo su padre, uno de los delatores del abuelo y responsable de su encarcelamiento a pesar de los vínculos familiares que existían entre ambos.


Ocho meses después del escrito del Auditor y un año desde la celebración del Consejo de Guerra, el abuelo aún no había recibido la comunicación de la sentencia. El 14 de noviembre de 1941 desde la prisión del Seminario escribe al Auditor de Guerra suplicando le sea concedido el beneficio de la libertad condicional o prisión a atenuada.


La Comisión Provincial de Clasificación y Excarcelamiento de detenidos y presos de Cuenca acordó con fecha 23 de noviembre de 1941 decretar la PRISIÓN ATENUADA para el abuelo, “por hacer más de seis meses que le fue ratificada la prisión sin que haya sido elevada su causa a plenario ni declarada su peligrosidad por la autoridad competente, en cumplimiento de los artículos 6, 11 y 12 del Decreto de 2 de septiembre último”.


Así que el abuelo salió de la cárcel el 24 de noviembre de 1941 con una libertad precaria, pues a todos los efectos seguía siendo un preso de Franco. Su libertad estaba condicionada al comportamiento que tuviera fuera de la cárcel, por lo que tuvo que vivir con la constante amenaza del retorno.


El 22 de mayo de 1943 el Auditor de Guerra de Aranjuez manifiesta: “Examinada su causa y valorados los hechos, no se encuentran  méritos suficientes para tener por justificada la perpetración de delito, por lo que se aconseja el sobreseimiento provisional”. Cuando leí el párrafo anterior me quedé perpleja. ¿Qué había ocurrido para que apenas cuatro años después de su encarcelamiento, después de las denuncias interpuestas por sus delatores -ante los cuerpos se seguridad del Estado como en la Causa General-. después de haber sido juzgado en un Consejo de Guerra, de haber sido condenado por un delito de Auxilio a la rebelión a la pena de doce años y un día, de repente “no se le encuentren méritos suficientes”? No tengo aún datos para saberlo pero, a pesar de la falta de “méritos” el abuelo siguió siendo víctima de la violencia política de cuyo reparto tenía la exclusiva el nuevo Estado.


Paralelamente se constituyó una Inspección Central de Liberados que tenía como finalidad organizar e impulsar la investigación de los que disfrutaban de los beneficios de libertad vigilada “para conocer en todo momento si los beneficiarios son acreedores a la concesión, si debe condicionárseles o revocárseles o, en su caso, tener noticia de los apoyos que precisen dichos liberados o sus familiares”. Esteban Gómez Gil, Subsecretario de Justicia manifestó en su toma de posesión que era preciso “saber si los que van saliendo se hacen acreedores a esa generosidad del Caudillo, para en caso contrario hacerlos volver a las cárceles de procedencia”.


De esta forma alcanzaban los presos de Franco la libertad. Nunca dejaban de ser penados.


"Se vigila para ver si en realidad se redime de su culpa anterior por el trabajo y la fe en sí mismo y en la Patria, pero si no agradece la gracia de este justicia del Estado, y si emplea su libertad para reincidir en su delito, aunque sea de modo subterráneo, agazapado, hipócrita, entonces el Estado le retira su gracia y lo integra a prisión, pero no ya como reo de delito político, sino de delito común para el que no hay clemencia alguna".


En octubre de 1944 el Juez considera al abuelo "mero propagandista" y el Auditor de Guerra acuerda dar curso a la libertad vigilada. El Servicio de Libertad Vigilada dependiente de la Dirección General de Prisiones, tenía encomendada la tarea de conocer “la conducta político-social de cuantos se hallen en libertad condicional” durante el tiempo que les restaba por cumplir de condena. A los reos se les hacía entrega de una tarjeta acreditativa de su condición de libertos que debía presentar en innumerables ocasiones y les señalaba siempre como “enemigos del régimen”.


El 27 de marzo de 1945 se decide finalmente el sobreseimiento de los cargos que le imputaron al abuelo. No he conseguido aún conocer la fecha de su liberación definitiva. Intuyo que desde varios años antes comenzó su exilio interior dentro de una sociedad herida, la sociedad de los que sufrieron la derrota y que posiblemente permanecieron toda su vida conviviendo con el silencio y el miedo.



María Torres

Nieta de un republicano español







jueves, 12 de septiembre de 2013

36. Consejo de Guerra


Fotografía publicada en la Revista Semana de un Consejo de Guerra celebrado el 27 de abril de 1940 

“No me importa ni tengo que darme por enterado si sois o no inocentes de los cargos que se os hacen. Tampoco haré caso alguno de los descargos que aleguéis, porque yo he de basar mi acusación, como en todos mis anteriores Consejos de Guerra, en los expedientes ya terminados por los jueces e informados por los denunciantes. Soy el representante de la Justicia para los que se sientan hoy en el banquillo de los acusados. ¡No, yo no soy el que les condeno, son sus pueblos, sus enemigos, sus convecinos! Yo me limito a decir en voz alta lo que otros han hecho en silencio. Mi actitud es cruel y despiadada y parece que sea yo el encargado de alimentar los piquetes de ejecución para que no paren su labor de limpieza social. Pero no, aquí participamos todos los que hemos ganado la guerra y deseamos eliminar toda oposición para imponer nuestro orden.. Considerando que en todas las acusaciones hay delitos de sangre, he llegado a la conclusión de que debo pedir y pido para los dieciocho primeros penados que figuran en la lista la última pena, y para los dos restantes, garrote vil. Nada más”.

Estas palabras citadas por un Fiscal en un Consejo de Guerra, las recoge José Manuel Sabín, “Prisión y muerte en la España de la postguerra”. En los consejos de guerra del franquismo, que eran una prolongación de la violencia política iniciada en la Guerra, no existían los peritos ni los testigos. Tampoco los interrogatorios.  El acusado no podía defenderse tras la lectura de cargos por parte del secretario, que habitualmente pertenecía a Falange, y que se basaban básicamente en los informes policiales.


El Consejo de Guerra del abuelo tuvo lugar a las tres de la tarde del día 6 de noviembre de 1940. En el expediente judicial custodiado en el Archivo Histórico de Defensa, consta que se celebró en la Audiencia Provincial de Cuenca. El rastreo de información del Ministerio del Interior indica que tuvo lugar en Madrid. Sigo buscando el Acta de este Consejo, aunque todo apunta a que se encuentra entre los miles de documentos sin catalogar que el Estado se niega a sacar a la luz pública.


En el Código de Justicia Militar aplicable en 1939 se citan los tres delitos más utilizados como ejercicio de represión jurídico-militar:


- Auxilio a la rebelión militar con pena de 6 años y un día a 12 años de reclusión menor
- Rebelión militar con pena de 12 años y un día a 20 años de reclusión mayor
- Adhesión a la rebelión militar con pena de 20 años y un día a 30 años de reclusión mayor o pena de muerte

La acusación del fiscal fue que el abuelo era culpable de un delito de auxilio a la rebelión. El abogado defensor y militar Antonio Ruiz-Pérez Pérez solicitó la absolución. Según el Código de Justicia Militar vigente, “los delitos políticos y sindicales constituyen delito de rebelión militar si se hacen con el fin de causar conflictos de orden público interior o desprestigio del Estado, ejércitos y autoridades”.


Como señalaron los Profesores Marc Carrillo y Pere Ysàs: ”La dictadura se dotó de un arsenal de normas jurídicas e instituciones administrativas y jurisdiccionales de excepción de carácter netamente represivo. Es decir, normas e instituciones creadas ad hoc en el marco de una estrategia planificada de represión contra la oposición. La práctica de esta violencia institucionalizada, en la que la pena de muerte estaba tipificada y se aplicaba ampliamente a los autores y participes del delito de rebelión, estaba presente en las tres fases a las que se veía sometida cualquier persona represaliada por razones políticas: la detención, el proceso judicial y la prisión” (Jornada Violencia, represió i justicia a Catalunya (1936-1975). Fundació Carles Pi i Sunyer, 6 de Junio de 2007).


Me imagino al abuelo frente al tribunal inquisidor. Indefenso, condenado como tantos otros a penas por delitos que no existían. Cansado, destrozado, tal vez esposado y seguramente solo ante quienes le acusaban solamente desde el odio y el rencor. Tal vez la abuela le llevó al traje de los domingos para la “ocasión”. Como escribió Meliano Peraile, que compartió la prisión del Seminario con el abuelo, al Tribunal había que presentarse “vestido como mandaban los vientos que corrían, y peinado con seriedad: de chaqueta, a ser posible, corbata; el pelo liso hacia atrás, sin rizos feminoides, o sea, a lo macho hispánico, modoso, reglamentario y adúltero, porque el hábito hacía al reo, el cual, si no era necio de remate, debía dar al estrellado estrado la impresión de persona de orden y buenos modos, respetuosa de los principios y la tradición”.


Pero la realidad era muy distinta. La suerte ya estaba echada. Daba igual el aspecto con el que el reo se presentara ante el tribunal. No había dinero para chaquetas y corbatas, la cárcel del Seminario no disponía de agua para la higiene personal y no hacía falta peinarse. Nada más llegar a la prisión les rapaban el pelo, como un instrumento más de humillación.


Tras el Consejo de Guerra, el abuelo regresó a la penuria en la que se desarrollaba su encierro, a la  obligación de asumir los símbolos de la nueva España: la Marcha Granadera, los himnos de Falange Española, Oriamendi  y La Legión, el saludo fascista con  “el brazo derecho extendido en dirección al frente, con la mano en prolongación del mismo, abierta, sus dedos unidos y algo más altos que la cabeza”. El brazo tan alargado como la represión a la que estaba sometido y de la que también era partícipe la Iglesia a través del Capellán de la Prisión. Las confesiones, misas, ejercicios espirituales estaban encaminadas a regenerar al preso en la nueva sociedad que los vencedores habían impuesto.


¿Cuándo repararemos la dignidad de tantos represaliados?


¿Cuándo restituiremos la memoria de quienes todo lo perdieron en defensa de los valores democráticos?



María Torres
Nieta de un republicano español.







domingo, 1 de septiembre de 2013

1 de Septiembre

"Las palabras nunca alcanzan
cuando lo que hay que decir desborda el alma"
(Julio Cortázar)



1 de septiembre de 1895

Candelaria tiene miedo. A sus 33 años viste de luto riguroso y ya sabe lo que es un parto. Los dolores van en aumento y con cada contracción se le atenaza el corazón al pensar en la niñita que perdió hace un año. También sabe lo que es la pena: Adoración Juliana falleció a los siete meses víctima de una gastroenteritis. Era su segunda hija.

Cecilio, su marido, también tiene 33 años. Apenas llevan seis años casados y espera ilusionado su tercer hijo. Tal vez haya suerte y esta vez sea un varón, piensa. Hoy llegó antes de lo habitual a casa de su trabajo en el campo y la había obligado a meterse en la cama con la promesa de que él se encargaría de la Sagrario, la hija mayor, y de avisar a la partera. Era domingo y por tanto, no había que atender la carnicería.

A las seis de la tarde y en la casa que ocupaba el matrimonio en la Calle Prior de Torrubia del Campo (*), vino al mundo Gil Arturo Torres Barranco, mi abuelo, nieto por línea paterna de Juan Francisco Torres y de Alejandra Gutiérrez, ambos ya difuntos cuando nació su nieto y naturales de la misma villa, y por línea materna de Luis Barranco y Gregoria Plaza, naturales de Torrubia del Campo y El Acebrón respectivamente.


1 de septiembre de 1939

Es viernes y aún no ha amanecido, pero Arturo está despierto. Ignora que hace apenas dos horas Alemania acaba de invadir Polonia. Ignora que acaba de comenzar la Segunda Guerra Mundial. Contempla como Juana amamanta a Gonzalo, su pequeño hijo de seis meses.  Sagrario, Adoración y Arturo duermen. Dentro de poco comenzará a clarear el día y le espera una dura jornada en el campo. Intentará con la ayuda de un jornalero preparar las tierras para que el próximo año, libre de guerra ya, pueda recoger una cosecha que le garantice el sustento de la familia. En apenas un mes comenzará la vendimia en la Cuesta Malgacenas. Si ésta es aceptable tendrá liquidez para invertir en la futura siembra.

Se incorpora de la cama con cansancio y en silencio. Desde que terminó la Guerra no ha conseguido dormir bien. Aunque intenta convencerse de que no hay motivo para sentir miedo, no lo consigue. Su implicación con el Frente Popular y su militancia en Izquierda Republicana sabe que no pasarán desapercibidas para los nuevos valedores de la Patria.

Antes de terminar de lavarse la cara escucha unos pasos y a continuación alguien golpea la albada de la puerta bruscamente. A medio vestir, sin peinar, y secándose el agua que le resbala por el cuello se apresura en abrir. Según avanza cae en la cuenta de que ese día cumple 44 años. Está cansado, muy cansado.

Al otro lado del portón una pareja de la Guardia Civil y algunos falangistas de la localidad. No hay cruce de palabras. Tan solo insultos que le incluyen de inmediato en la lista de las hordas rojas que quiere aniquilar el cudilloporlagraciadedios. Mientras le conducen a la cárcel del pueblo siente uno a uno en su cansado cuerpo los golpes de las culatas de las escopetas. Después el silencio y tal vez el miedo, mucho miedo.



*

(*)Toda la familia del abuelo por línea paterna había nacido en la villa de Torrubia del Campo y en cuanto a la línea materna, hasta donde conozco, gran parte de ella. En la Desamortización (de Mendizabal) de bienes rústicos pertenecientes al clero durante los años 1836-1945 en Torrubia del Campo, se hace referencia a un antepasado del abuelo:

“Galo Barranco, vecino de Torrubia, labrador acomodado. En el año 1843 compró 88,48 hectáras. en Torrubia por 18.080 reales de vellón”


María Torres
Nieta de un republicano español